lunes, 7 de septiembre de 2015

PRELIMINARES

Le conocí en la estación de metro de Earl´s Court. Sostenía un libro como una plegaria, con las dos manos cruzadas. Leía con vista de miope y se metió en el vagón sin soltar la mirada de la página. Se colocó al borde de la puerta automática de manera que al empezar a cerrarse, tuve la impresión de que inclinaba la cabeza más de lo debido y que la puerta le iba a atravesar la sesera, así que en un gesto impulsivo, le agarré del brazo y tiré de él hacia atrás. Se quedo perplejo, mirándome, y yo más.
Es muy osado tocar a alguien en el metro, y mucho más apartarlo de un empellón hacia atrás. Me sonrojé y empecé a farfullar un argumento.
  • No pasa nada, esta bien, dijo
  • Pensé..., 
  • Estoy bien...toma..., añadió 
Cogí el pañuelo que me tendió y me sequé el sudor, luego le ví.
Era un chico de unos 25 años, delgado, pálido, con gafas cuadradas, con chaqueta de pana marrón a pesar de que ya era verano, 24 de junio.
Subí las escaleras mecánicas de dos en dos hasta atravesar la salida a Brompton road y allí respiré una bocanada de aire ocluso, contenido en el interior de una masa sólida, como de hormigón.
Aquella noche soñé que un hombre atravesado por tornillos en el cráneo, un Frankestein sudoroso, me tendía la mano para darme un dibujo en el que se veía el engranaje simétrico de una polea que se accionaba al caer una lágrima en una balanza.


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