martes, 5 de abril de 2016

MADRID




Madrid es una isla en el sentido de lugar geográfico que se
comporta esencialmente como un espacio aglutinante de regiones, provincias y pueblos, conformando una atmósfera abierta, cordial, amable y sin complejos, distante de la continencia, la sobriedad y la circunspección de esa Castilla La Mancha con la que limita.
Tan solo con alejarse del corazón de la ciudad, a 30 minutos en tren y adentrarse en Toledo, una puede ya observar ese cambio en el ambiente: cautela, reserva y moderación son caracteres más propios en este territorio.
  
El bullicio en las calles, el tono de voz en los bares, la pericia de los camareros, las cañas bien tiradas y la alegría de un buen tapeo son algunas de las señas de identidad de ese Madrid soleado que acabo de visitar.

Y por supuesto algunos de sus museos.

El Museo del Prado ha reunido en una exposición temporal una colección de treinta y una pinturas de Georges de La Tour(1593-1652), un número excepcional considerando que se conocen poco más de cuarenta obras de su mano.
En su pintura se puede apreciar una cierta influencia de Caravaggio en el tratamiento realista de sus humildes personajes y en el uso de la luz, aunque a diferencia del citado, en donde la luz es más tenebrosa, La Tour envuelve sus escenas con una luz que surge de dentro y que alumbra la secuencia con el resplandor que nace del elemento natural, como es en el caso de sus famosas Magdalenas que tanta admiración me producen. Esas Magdalenas nocturnas, iluminadas por la llama de una vela, cargadas de lirismo, de soledad y de quietud.

Casi en frente, en el Museo Thyssen-Bornemisza, pudimos visitar la exposición de Realistas de Madrid, que recogía obras de siete autores nacidos poco antes de la Guerra Civil que se conocieron en Madrid a comienzos de los cincuenta, que estudiaron, trabajaron,  expusieron juntos y que han seguido siendo amigos desde entonces.  
Es el primer grupo de artistas españoles en el que las mujeres ocuparon un lugar destacado. Entre ellas Isabel Quintanilla, Amalia Avía, María Moreno... entre ellos Antonio. Julio y Francisco López.
Es la naturaleza muerta el género central para este grupo, un género que excluye en principio la naturaleza humana pero que constantemente lo representa por medio de su ausencia.
Muros, tapias, jardines, cuartos de baño. Ventanas que desde un cuarto oscuro se abren a un exterior luminoso o ventanas a la noche desde un interior iluminado con luz eléctrica. Umbrales que son metáforas de lo que separa el cuadro de la materialidad. Trabajos de una minuciosidad apabullante. Extraordinarios relatos de la realidad.

Es precisamente el uso de la luz lo que hermana a pintores de épocas tan distintas como George de La Tour y los Realistas de Madrid: saben que la luz artificial dentro de la obra crea y refuerza la intimidad. 

Ambas muestras merecen la pena y más. Eso sí, con la pausa necesaria para una caña y una buena tapa, porque de estas artes también está hecha Madrid.


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