miércoles, 4 de mayo de 2016

LAS LUCIÉRNAGAS (PRIMERA PARTE)




Hace unos años Angels Barceló le hacía una entrevista a Bernardo Atxaga en un programa llamado Gutun Zuria en el que conversaban acerca de la información y de la verdad. 

¿Quién dice la verdad?, era la pregunta inicial.
Respondía Atxaga citando a la tradición popular: el niño, el loco y el borracho.
Esta respuesta, bien entendida en su elementalidad, nos apunta a la idea de que "dice la verdad aquel que ocupa otro espacio, aquel que no está en el espacio convencional, en el status quo." Además ninguno de los tres tiene miedo. Y los tres están "bendecidos" por la inocencia.

¿A quién le preocupa que la información, que recibimos cada minuto a raudales, sea lo más veraz posible y proceda de un medio crítico capaz de analizar con rigor la naturaleza de la noticia? 

Pone Atxaga como ejemplo lo que ocurrió con la gripe A, la manipulación informativa que se extendió como mancha de aceite y que nos hizo sentir el miedo a mezclarnos con los demás, a viajar, a compartir bebidas o comida, a acariciar... hasta que una monja catalana que todos ustedes recordaran, Teresa Forcades, editó en la red y corrió como la pólvora una contra información en la que explicaba cómo la definición de pandemia había sido recientemente rectificada  y la alarmante información de la que los medios se habían hecho eco no era verdad sino una manipulación partidista.

Teresa Forcades fue "un grillo" en medio de todo ese desastre. Una voz transgresora que alumbró con decisión y sin miedo el lado oscuro de la corrupta información hasta entonces recibida. 
A partir de ahí, pudimos contrastar, medir, sopesar y repensar con otra mirada los intereses, que entre otros estamentos, las farmacéuticas se jugaban.   

La palabra grillo, me ha hecho inmediatamente pensar en el libro de Georges Didi-Huberman, Supervivencia de las luciérnagas, que dice textualmente: "las luciérnagas han desaparecido en la cegadora claridad de los feroces reflectores: reflectores de los miradores y torres de observación, de los shows políticos, de los estadios de fútbol, de los platós de televisión". 
La luz cruda, cruel y feroz de la mercancía, ocupa todo el espacio social, eclipsando esas otras luces, esas otras voces, las luciérnagas, los grillos.

Se trata de una metáfora con la que Dante describía "la pequeña luz" en la que se agitan "los consejeros pérfidos"(Inferno, XXVI, 25-31) y que el poeta y cineasta italiano Pier Paolo Pasolini (1922-1975) refleja en una imagen para referirse a "esas señales humanas de la inocencia" amenazadas por los rayos reflectores del poder.

La información, inmersa en un lenguaje contaminado, "se ha apropiado de la cultura, del sexo, de los cuerpos, del eros, y los ha inyectado en los circuitos del consumo".  
Ya no es la cultura (profecía de Pasolini) la que nos defiende de la barbarie, sino que es, en ella misma, donde prosperan las formas inteligentes de la nueva barbarie.

Didi-Huberman defiende en su ensayo la supervivencia de esas pequeñas luces frente a la gran luz que opaca y ciega las voces disidentes, resistentes, imaginativas y esperanzadoras que son resplandores de verdad. Esas luces menores pero no por ello menos auténticas que comparten las características filosóficas descritas por Gilles Deleuze y Félix Guatari: extraterritorialidad, marginalización, vocación de revuelta... rizoma frente a estructura arbórea. 

Son las luciérnagas imágenes de la fragilidad humana, el resplandor pasajero, que, sin embargo, como un cometa, franquea la inmovilidad de todo un horizonte.

No dejemos que se extingan.

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