miércoles, 25 de mayo de 2016

LAS LUCIÉRNAGAS (SEGUNDA PARTE)



¿Han desaparecido verdaderamente las luciérnagas? ¿Han desaparecido todas? ¿Emiten aún, y dónde, sus señales intermitentes?, se pregunta Didi-Huberman en Supervivencia de las luciérnagas.

Desaparecen en la sola medida en que el espectador renuncia a seguirlas quedándose en su lugar, que no es ya el lugar adecuado para percibirlas, concluye Didi-Huberman.

Para conocer a las luciérnagas es preciso verlas en el presente de su supervivencia. "Hay que verlas danzar vivas en el corazón de la noche, aunque se trate de una noche barrida por algunos feroces reflectores". 
La luz menor de la que hablan Gilles Deleuze y Félix Guattari, "cargada de un gran coeficiente político y de desterritorialidad, de manera que adquiere el valor de colectivo, de pueblo y porta las condiciones revolucionarias inmanentes a su propia marginalización".

Giorgo Agamben(Roma, 1942), que es un filósofo no del dogma sino del paradigma, apuesta por los pensadores que son capaces de inquietar a su tiempo, de interrogar a lo contemporáneo, de una manera política y poética: fracturando el lenguaje, quebrando las apariencias, desuniendo la unidad de tiempo.

Agamben como Pasolini es un "gran profanador de cosas a las que el consenso las considera sagradas".

En 1975, Pasolini postulaba la unidad de una sociedad sometida en su totalidad y reconocía que era una visión apocalíptica. 
Evocaba el tiempo presente como una situación de apocalipsis latente, en la que nada parece en conflicto pero en la que "la destrucción no deja de producir sus estragos en los cuerpos y en los espíritus, hasta en los fenómenos de masas más inocentes como el turismo, por ejemplo".
Pero al mismo tiempo afirmaba que junto a la angustia que esto le suscitaba, había también una parte de optimismo : "la idea de que es posible luchar contra todo eso, simplemente sino no estaría aquí, entre vosotros para hablaros".

En el 2016, la sociedad sigue sometida a la globalización y tecnificación de manera incalculable. Es difícil ver una salida política, poética y humana en nuestra vieja y gastada Europa. Parece más bien que más que nunca resuena aquel grito con el que acababa El corazón de las tinieblas (Joseph Conrad): "el horror, el horror".   

Es preciso asumir que "la imaginación es política" que decía Hannah Arendt, y que en nuestra manera de imaginar yace fundamentalmente una condición para nuestra manera de hacer política. Y de vivir.   

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