Hace poco estuve viendo en el cine la película japonesa Una pastelería en Tokio, en la que Naomi Kawase relata una historia tan sencilla como conmovedora: Sentaro es un hombre de mediana edad que regenta una pequeña tienda de Dorayakis en Tokio, hasta que un buen día recibe la visita de una anciana, Tokue, que quiere trabajar con él...
Hasta aquí puedo decir del argumento para no actuar de spoiler.
La cinta nos desgrana un relato delicado en la forma, evocativo en el fondo y melancólico de tono y, a mi parecer, en momentos lleno de sentido.
Hay contemplación de cerezos en flor y brisa suave que agita las ramas. Meditación sobre espacios vacíos y un canto a la belleza.
Los personajes son tres personas dañadas que comparten su extrañeza. Emocionan en su fragilidad. Y reconfortan.
Hablaba hace poco con un amigo acerca del relato, creo, de Ángeles Masttreta, en el que una bailarina, acuciada por el dolor de un desamor, se suicida, y uno de sus admiradores comenta algo así como : "si ella hubiese sabido la belleza que nos trasmitía con su baile, jamas hubiese llegado a hacerlo".
Una de las frases finales de la película de Kawase dice que puede que no le veamos sentido a nuestra propia vida pero que, sin embargo, existimos para dar sentido a la vida de otro/os.
Y eso, ya es en sí, lo que le da sentido a la nuestra.
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