Nunca habrá otra perfección que la de ahora. Walt Whitman
Leyendo un artículo compartido en facebook de Alberto Díaz Rueda, titulado "A pesar de los pesares" y que hace referencia al libro recientemente publicado por Aurelio Arteta, Cuaderno de la vejez (Ariel), me han venido a la mente una serie de reflexiones sobre la tan conocida "vieja" cuestión.
Para hablar de la vejez, es de recibo remontarse a grandes filósofos de la historia, que como menciona Díaz Rueda han estudiado el tema: desde Cicerón y Séneca, seguidos por epicúreos y estoicos, hasta Montaigne, Schopenhauer, Kierkegaard, Kant o Russell, por citar algunos de ellos.
Aunque la vejez y la muerte constituyen un hecho por el que todos vamos a pasar, es una experiencia a la que no ponemos relato, por lo que con frecuencia pertenece al universo de lo innombrable.
Si elegimos la obra de Cicerón, De Senectute, escrita en forma de un diálogo entre Catón el Viejo, con dos jóvenes, Escipión y Leilo, se podría decir que nos encontramos ante un tratado sobre el arte de aprender a envejecer, casi un libro de los que actualmente denominamos de auto ayuda.
Afirma Catón: "pobre de la vejez que tiene que defenderse con palabras, porque ni las canas ni las arengas pueden proporcionar autoridad de repente, sino que es la vida anterior vivida honestamente, la que recoge los últimos frutos de la autoridad."
La vejez despierta miedo ya que viene asociada a la enfermedad, y a la postre, a la muerte.
En nuestra actual sociedad el mito de la eterna juventud franquea la aceptación del paso del tiempo. La juventud se muestra como paradigma de la felicidad (aunque sabemos, en mi caso por experiencia) que eso no es cierto. Se silencia el tema de la muerte y se trata de enmascarar el proceso evolutivo del ser humano.
En esta vorágine de "juvenilización" permanente ¿cabe la idea de "calidad de vejez"?
Por un lado, la sociedad actual oferta ciertas alegrías y placeres a aquellos que puedan disfrutarlos: viajes, charlas, actividades culturales, talleres e incluso estudios que se asemejan a los universitarios, como las llamadas "aulas de la experiencia", y todo ello a precios asequibles para una mayoría.
Por otro, la ciencia se afana en mejorar las expectativas de futuro alargando la vida, pero a veces, paradójicamente, se relega a un lugar marginal a quienes lo logran.La amenaza viene sobre todo por ese alargamiento de la vida que no es ya vida, sino un estar a la espera de concluir lo inevitable.
No sé. Hay culturas con un enfoque distinto al nuestro a la hora de encarar la vejez. Culturas que equiparan la vejez a una época de cosecha, de paz y de tranquilidad. A una etapa de conocimiento y experiencia.
La vejez es una devastación, en cambio la senectud puede ser sabia, afirma Salvador Pániker, una de las figuras más representativas del derecho a la eutanasia en nuestro país.
He sido muchas veces testigo y cómplice del ocultamiento por parte de los más jóvenes, sobre todo por parte de los hijos a sus padres o abuelos, de conflictos y problemas, pensando en ahorrarles un malestar o disgusto.
Viéndolo con perspectiva me doy cuenta del error. Uno no se hace mayor para que le eviten y le disfracen las dificultades, como si de un niño se tratase, sino que el hecho de hacerse mayor, debiera conllevar como resultado, el hacer de la experiencia la columna vertebral para afrontar las cosas que acontecen cada vez con mayor discernimiento. Es decir, el que no ha aprendido con el paso del tiempo a ser más versátil y tolerante ¿de qué le ha servido el trayecto?
Como opina Aurelio Arteta: "Más que añadir años a la vida, hay que añadir vida a los años".
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