Cuando el primer ser humano vio el mar, ¿qué vio?
¿Qué compartimos nosotros de aquella visión?
Esto se pregunta Hiroshi Sugimoto en algunas de sus fotografías que actualmente se exhiben en la sala de exposiciones Garriga Nogués de la Fundación Mapfre en Barcelona.
Hiroshi Sugimoto se considera uno de los fotógrafos más importantes de las últimas décadas y en su obra interpreta la tradición fotográfica clásica dando un giro conceptual a géneros como la naturaleza muerta, la fotografía abstracta, el retrato y la fotografía de la naturaleza.
Es un maestro artesano no sólo por la perfección y belleza de su arte sino también por el background conceptual y filosófico que destilan sus imágenes.
Tanto sus dioramas de la vida prehistórica, tomados del museo de Ciencias Naturales de NY, como sus retratos de personalidades históricas muertas (Enrique VIII, el Papa Juan Pablo, Lenin...) o aún vivas ( Fidel Castro entre otros) realizados a partir de las figuras expuestas en cera y de una impecable claridad y espectro tonal, producen en el observador una reacción inquietante, abriendo una brecha entre la imagen que vemos y lo que procesa nuestra mente: una tensión entre lo falsificado y lo real, lo animado y lo inanimado, la muerte y la vida. Un gran desconcierto al observar la lábil frontera entre la imitación y la realidad, la copia y lo real.
Recuerdos de la mortalidad de todo lo viviente.
"Por muy falso que sea el tema, una vez que se ha fotografiado, resulta tan real como la vida misma", recuerda Sugimoto.
En los paisajes marinos nos deslumbra con la visión primigenia del mar y del cielo.
Paisajes de día, de noche, brumosos, con el horizonte apenas perceptible.
Otros presentan una nítida claridad que hasta permiten ver la ondulación de las olas. Agua y aire en presencia de la luz.
"Mi mente se convierte en una cámara oscura" nos dice el artista.
Con una sobreexposición del negativo durante una película, consigue en la serie Theaters (cines) captar cuán inconmensurables son algunos conceptos relativos al tiempo: la larga duración de la película se comprime en un sólo instante y el caudal acumulado de imágenes animadas se recoge en una sola foto de una pantalla en
blanco.
La fotografía detiene el pasar del tiempo y además lo expone. El único punto de luz es la pantalla, lo que nos permite ver los contornos y detalles del marco (el cine, el teatro) en el que se asienta y todas las imágenes fundidas en blanco al mismo tiempo.
Frente a la pantalla no hay espectadores. Sólo el espectador de la fotografía es el espectador de la pantalla.
Juego y más juego, representación de otra representación, como aquellas muñecas rusas una dentro de la otra.
En los campos de relámpagos creados sin cámara, se registran los efectos que las descargas eléctricas producen en el negativo fotográfico.
La belleza formal de las figuras, a veces sugiere el contorno de un río o el cielo nocturno, pero también se relaciona con la fotografía abstracta, recreando estos experimentos en el cuarto oscuro.
Preciosa muestra en la que las paradojas que separan la historia humana de la eternidad se difuminan y se exhiben con nitidez en el espacio luminoso.
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