domingo, 26 de junio de 2016

NOCHE CON MURCIELAGOS





En la ciudad los murciélagos no son visibles, seguro que están ahí, bajo el alero de la casona deshabitada, la que está junto a esa vía tan concurrida, rodeada por una verja desvencijada y con las ventanas tapiadas para que ningún ocupa importune a los fantasmas que deambulan cada noche de estancia en estancia, soñando con un pasado antiguo, ignorando que ya no pertenecen a este tiempo.
Aquí en el pueblo, sin embargo, salen en bandadas, vuelan alocadamente, se acercan con osadía hasta el balcón en el que miro la luna que acaba de asomar tras la silueta negra de la montaña.
Al principio he pensado que eran aves, golondrinas o pajarillos cuyo nombre desconozco, pero no, hay una diferencia básica entre ellos, las aves pían, no pueden volar sin llamar la atención, su territorio está iluminado, necesitan la luz para emprender el vuelo.
Los murciélagos en cambio, son silenciosos, vuelan tan rápido que no puedo seguirles con la mirada, la oscuridad impone además una dificultad añadida. Su tiempo es la noche, el silencio.

Temo que el ala de alguno de los murciélagos me rocé la piel o se pose sobre mi cabeza y se enrede entre el pelo, me sobrecoge el pensarlo y con un leve estremecimiento apago el cigarrillo en una maceta y vuelvo adentro a acostarme, quizá para soñar con murciélagos negros que vigilan mi sueño agazapados en la maceta del balcón.

                                                       PILAR (Apuntes)


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