Para las que ya tenemos una edad y vivimos de la nostalgia en cierto sentido, los escenarios del pasado se entretejen con los del presente y esto nos produce a veces un sentimiento de ambivalencia.
La primera vez que viajé a Gran Bretaña fue en el año 1977(uf! como pasa el tiempo) y fue a Londres, donde viví una temporada.
Recuerdo que llegué en autobús desde Vitoria a la estación de Victoria. Llevaba unas 5000 pesetas en libras (no era un dinero despreciable entonces) y me alojé en un Bed&Breakfast los primeros días.
Sólo cuando apenas me quedaban 10 libras empece a buscar trabajo. Sabíamos entonces que no íbamos a emplear más de una mañana en encontrar algo. De camarera, de lavaplatos, de limpieza en hoteles, para preparar y servir desayunos...trabajos a tiempo completo, a tiempo parcial... se podía elegir o coger varios a la vez. Recibías el salario o bien al final del día trabajado (eramos ilegales y al empresario no le convenía que dejásemos huella) o al final de la semana.
Trabajé en todo este tipo de empleos que acabo de mencionar, dejando uno y cogiendo otro a conveniencia, con la clara idea de que lo podía hacer sin ningún riesgo porque había decenas de ofertas más sin salir del barrio, en carteles colgados a la puerta de los establecimientos.
Los pubs, a los que era muy aficionada, eran aquellos clásicos pubs de postal que todo el mundo ha visto, con nombres de animales casi todos ellos, y con dos puertas de entrada: una era una sala de mayor postín y la otra más plebeya, repleta de fumadores.
Los restaurantes italianos mandaban en la escena, dejando a sus colegas indios, thais y chinos en un plano algo más secundario.
El punk estaba en su momento álgido (no olvidemos que se originó en Londres) y las crestas ondeaban a todo color entre los jóvenes.
El aceite de oliva, el vino de rioja, el pan de barra, el chorizo, por nombrar algunos productos de la tierra, brillaban por su ausencia o costaban(si se encontraban) un riñón. Todo era carísimo excepto el té.
Pues bien, ahora los jóvenes extranjeros (por supuesto bien preparados) no encuentran fácilmente cualquier tipo trabajo, los pubs apenas tienen que ver con los de antes (son de diseño), la legión de restaurantes italianos ha mermado bastante y muchos de los pequeños y agradables restaurantes de comida india, thai o china, por poner un ejemplo (con toda la imaginería kitsch y hortera que desplegaban), son ahora cadenas estandarizadas, o de take away donde se sirve una mezcla de todo y para todos los gustos (o disgustos).
Los jóvenes ya no relucen con sus cabelleras; ellas, todas con melena, uñas propias o postizas largas, pintadas en tonos diversos, la cara muy maquilada (al estilo poligonera), dejando una estela de perfume pegajoso; ellos, la cabeza cubierta con gorra(tipo béisbol) que a su vez cubren con la capucha de la sudadera (todos la llevan), como un ejercito de monjes en estado de espera; y como no, tanto ellas como ellos sin apartar un instante la vista y el dedo de su smart phone.
Los productos del terruño se encuentran en cualquier supermercado o delicatessen de la zona a precios de importación y eso sí,
los colegiales siguen llevando uniforme, los hijos se siguen emancipando hacia los 21, los salarios se siguen pagando sobre todo semanalmente, la moneda es la misma y todo sigue siendo carísimo...excepto el té, que salvo contadas distinciones, ya no se toma a las cinco.
Así es. Poco a poco ha cambiado nuestro paisaje para ser ocupado por otros. Lo cierto es que no me gusta lo que llega, la uniformidad sin rostro, las cabezas vaciándose ante el brillo de la telefonía, el capitalismo lo está arrasando todo.
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