Decía Bernardo Atxaga en un relato de verano titulado Teresa, "Poverina mía" que existe un tratado de amor en el que se habla de una costumbre de los trabajadores de las salinas de Salzburgo que en invierno bajaban la rama de un árbol a uno de los pozos para sacarla en verano cubierta completamente de miles de granos de sal cristalizados, resplandecientes al sol como diamantes.
Un fenómeno maravilloso que el autor de dicho tratado compara con los efectos del amor sobre la persona amada.
Igual que la rama de Salzburgo, escribe, la persona amada se vuelve brillante, cubierta de belleza y de buenas cualidades.
Necesitamos la savia de la renovación, la sutileza de los pequeños detalles.
Necesitamos otras presencias, los ruidos suaves de la noche ( a veces el rumor de alguien hablando en el piso de abajo).
Cuando la distancia entre lo que esperamos y lo que obtenemos se hace insalvable se produce el despido interior y se complica cuando las partes implicadas no pueden ya comunicarse.
Entonces la rama se extingue y solo nos quedan los dioses.
Un fenómeno maravilloso que el autor de dicho tratado compara con los efectos del amor sobre la persona amada.
Igual que la rama de Salzburgo, escribe, la persona amada se vuelve brillante, cubierta de belleza y de buenas cualidades.
Necesitamos la savia de la renovación, la sutileza de los pequeños detalles.
Necesitamos otras presencias, los ruidos suaves de la noche ( a veces el rumor de alguien hablando en el piso de abajo).
Cuando la distancia entre lo que esperamos y lo que obtenemos se hace insalvable se produce el despido interior y se complica cuando las partes implicadas no pueden ya comunicarse.
Entonces la rama se extingue y solo nos quedan los dioses.
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